Hoy voy a tocar de nuevo el tema taxi.
Estando de viaje en Malasia, concretamente en la isla de Borneo, para ir al aeropuerto me subí a un taxi que haría las delicias de cualquier cazador. Como si estiviéramos en un pueblo de la estepa rusa y presumiblemente para combatir el frío, los asientos del taxi estaban forrados de un tejido de bata de color marrón, como la piel de un oso pero más basto que un bocadillo de escombros. Si te sientas ahí con una camisa de velcro, desde luego que no te hace falta ponerte el cinturón de seguridad, ya que no te despegan ni con un gato hidraúlico.
Como decía, ponerle esas fundas al coche, sería algo que se entiende en la Siberia más gélida, pero no en un sitio donde la temperatura media diaria es de 30 grados y la humedad del 90%. Vale que el vehículo estaba dotado de aire acondicionado, pero sólo el color de aquel paño ya me transmitía calor y repugnancia a partes iguales. La grima me daba sólo de pensar en los litros de sudor absorbidos de los pasajeros que circularon en aquel coche antes que yo. Además por si no fuera suficiente con la tapicería, el salpicadero también tenía su ración de bayeta marrón.
Quitando el episodio del taxi, de aquella isla sólo tengo buenos recuerdos (aunque aquello del taxi tampoco fue como para hacerme el harakiri). Entre ellos la subida al Kinabalu, una montañica de 4095 metros de altitud y de la que desde el avión pudimos decirle el último adios. La estampa de la afoto que le hice es impresionante, pero estar allí arriba os aseguro que es mucho más alucinante.
Por cierto, uno en los aeropuertos está acostumbrado a ver tiendas de Duty Free, pero el de Kota Kinabalu es el único que he visto en el que hay una pescadería. No sé quién se arriesgará a comprar marisco y llevárselo en un vuelo intercontinental como el que hicimos nosotros, por muy congelado que esté, pero supongo que hay gente para todo.
Saludotes!!
Las primeras veces que viajé a China, me llevaron a un masaje de ciegos. Fue una doble experiencia, ya que además de que me lo hacía un ciego, aquel era también mi primer masaje profesional. En los países asiáticos el rollete de los masajes está a la orden del día. Será porque son baratos. No me podéis negar, que en Europa lo que para a la gente de ir a los fisioterapeutas, es el precio de los masajes... si costarán lo que valen en Asia, seguro que serían más populares.
Pero en mi caso, vaya por delante que después de tantos años, pocas veces he repetido. No soy nada amigo de que me magreen y encima pagando. La mayoría de la gente se relaja con un masaje, pero a mí, siempre acaban provocándome dolor, cosquillas y tensión en general. Los que más me joden son los de piés, ahí con el tipo clavándote la uña en la planta del pie y dejándola correr por todo el puente... me vuelve a doler sólo de pensarlo.
Me preguntaréis que si me dolía, ¿Por qué volvía? Pues hace poco hablaba con un buen amigo de San Sebastián, donde están los bares en los que se toman los mejores pintxos del mundo. Me contaba que para él ir de pintxos a veces apetece, pero otras, cuando vienen visitantes a Donosti y los tiene que sacar de pintxos, le puede resultar un tanto molesto, ya que ese día no cena (más bien se emborracha). Pues yo con lo de los masajes igual que lo de lo pintxos, pero sin apetecerme desde un principio nada de nada, lo que pasa luego es que los amiguetes que visitan China acaban convenciéndote para que los acompañes.
Esta foto la tomé en un calle de Shanghai:
Es uno de tantos establecimientos de masajes en los que los trabajadores son invidentes. Se supone que la sensibilidad que tienen en las manos les dota de un tacto extraoridinariamente sensible. A mí me duelen igual y me hacen las mismas cosquillas que los masajes de los videntes.
De todas maneras, es justo reconocer que este tipo de trabajo posibilita a los ciegos una manera de ganarse la vida, tal y como recogen muchos artículos que podéis leer por Internet. Y además ya os decía que en Asia es un fenómeno bastante extendido en muchos países, como también por ejemplo en Camboya.
Buscando enlaces para este cutrepost, hasta me he enterado que en algunos países sudamericanos también están proliferando este tipo de centros, como en Perú.
Cuando vivía en España y durante una etapa de mi vida, entre mis amigos hubo un invidente que a veces se empeñaba en darnos masajes en la espalda. Nosotros aquello se lo rechazábamos de una manera más o menos educada, pero algunas amigas no sabían cómo decirle que no, con lo que él se afanaba frotando las espaldas de las chicas durante largo tiempo, con el consiguiente cabreo por parte de sus novios, que se ponían un poco celosillos, pues interpretaban el masaje de mi amiguete ciego, como una excusa para meterles mano a las chavalas. Qué poco comprensibles eran aquellos muchachos.
Arremover afotos en la computadora siempre depara alguna sorpresa. Eso es lo que me ha pasado a mí esta semana, en la que tras haber escrito el cutrepost anterior hablando de que China NO copia en Jamón Serrano (y mucho menos en Jabugo), me he encontrado algunas fotos que vuelven a dar fe sobre lo que explicaba de que la carne curada de gorrino se elabora desde hace muchos siglos en China. Las hice un día que fui a un barrio en el que vendían carne importada y por esto que os cuento ahora:
Resulta que en Guangzhou nos solíamos juntar de vez en cuando los amiguetes y hacíamos barbacoas. La carne para asar no la pillábamos en los supermercados de la calle, sino que acudíamos a distribuidores de carne importada que repartían a restaurantes y hoteles de la ciudad. Aquella carne era fresca y sabrosa. Comíamos filetacos australianos y neozelandeses que daban gusto y placer. Estos mayorístas tenían sus pequeños almacenes concentrados en el mismo vecindario de la ciudad. Allí también había algunas tiendas especializadas en jamones y otros productos curados del cerdo.
Auténticas jamonerías en las que cuelgan perniles del techo, igual que en las tabernas y tiendas de fiambres y embutido que tenemos en España, con la diferencia de que en estos comercios chinos, había más mugre que en la bombilla de una cuadra, probablemente para atestiguar que estábamos ante auténticos elaborados porcinos igual de marranetes que sus orígenes.
Llama la atención de que (probablemente) para demostrar que la curación del jamón es un proceso artesanal, algunas piernas de cerdo las tienen allí mismo enterradas en sal y amontonadas unas encima de otras. Una imagen parecida a un yacimiento arqueológico y que si te lo encuentras de repente sin saber muy bien de qué se trata, a punto estarás de llamar a los del CSI, para que investiguen el crimen masivo.
La estampa es, de entrada, gore y un tanto repungnante, pero no te puedes hacer una idea del hedor que echa aquello. Si este es el producto que quieren llamar Jabugo, desde luego que el chiringuito se les caerá por su propio peso. No obstante, los jamones más exquisitos se exponían en estuches, como si fueran la guitarra de Andrés Segovia.
Ni con funda ni sin funda. Imposible considerar a estos como rivales del jamón serrano. Estamos hablando de mundos diferentes y ni lo suyo triunfará en lo nuestro, ni (por desgracia) lo nuestro en lo suyo.