Sacando a colación el tema de las humedades en China del que hablaba la semana pasada, he recuperado unas afotos que tenía por mi disco duro del baño en el hotel de Tokyo donde me solía alojar cuando visitaba la capital nipona.
El remojo y sus efectos devastadores en el espejo del servicio de mi casa ya lo pudísteis comprobar. En contraposición, aquí os voy a dar cuenta de cómo se las gastan los japoneses, siempre sorprendiendo al personal con sus inventos, a veces inútiles y otras no (como en este caso).
No es que tenga especial afición a hacerle fotos a los váteres que me sirven de refugio y alivio allá donde viajo, pero sí hay algo que me llama la atención, pues le echo unas instantáneas para luego escribir esta basura de crónicas. Recuerdo por ejemplo la historia de los Speakers en Qingdao o la de las Cadenitas de Alarma en aquel hotel de Hanzhou. Esta de mi alojamiento en Tokyo también tiene su aquel.
Fíjense ustedes en la luna del lavabo antes de pegarme una ducha. Hasta ahí nada anormal ni paranormal. Un espejo normal y corriente, muy limpito él.
Tras la pertinente apertura del agua caliente durante un buen rato y a la espera de que suceda lo que ocurre en todos los cuartos de baño del mundo, el cristal se empaña sólo parcialmente y como por arte de magia, una curiosa zona perfectamente acotada permanece intacta y en impoluto estado de reflejo.
Estos japoneses están en todo. Lo más normal es que uno salga de la ducha y para poder mirarse agarre la camiseta o los calzoncillos sucios y los restriegue por el vaho del espejo hasta que se pueda ver más o menos. La superficie queda echa unos zorros y llena de restregones que luego cuando se secan, dejan una especie de frenazos que cabrean a la señora de la limpieza más paciente.
No tengo ni idea de cuál será la tecnología para que ese rectángulo no se empañe, pero me temo que no debe de ser nada barata pues de lo contrario ya se habría extendido la invención por todo el mundo. Aún así, no estoy del todo convencido que dicho sistema fuera lo suficientemente potente para combatir los vapores acumulados en los espejos del territorio chino... lo de la humedad en China ya os he contado que es harina de otro costal, too much.
Ahora que disfruto de una temporadilla en España me estoy recreando con los cielos azules, soleados, preciosos que tenemos por aquí. Un gran contraste con el gris que campea por la atmósfera de China.
Siempre se ha dicho de los chinos que son amarillos. La gran verdad es que normalmente no les da el sol, por lo tanto no suelen coger moreno, por lo que el color de piel más generalizado es el blanco lechoso tirando a gualda. No obstante, las dermis que lucen en las reginoes de zonas montañosas y otras de cielos más claros, son muy muy bronceadas... y esa gente también son chinos.
Además de la bruma, si hay un recurso natural que abunda en muchas regiones de China, es el agua. Una combinación explosiva para que en épocas de lluvias la humedad sea superior al 90%. Ahora mismo, la humedad en Valencia es del 41% y en Guangzhou, con 28 grados de temperatura, es del 84% y eso que no está lloviendo. Cuando llega la temporada de lluvias, te puedes encontrar situaciones tan dantescas como la siguiente. Este era mi cuarto de baño en los días de más calado.
El mayor problema es que las cosas no se secan. Normalmente cuando nos duchamos se humedece el espejo del baño, pero al poco suele desaparecer el vaho... Pues en este caso, mi espejo podía estar una semana en permanente estado de opacidad.
Y ya os podéis imaginar que tras fregar el suelo, la situación es la misma que la que le ocurre al espejo. Durante unos días el suelo del aseo se hacía un charquito asqueroso que me impedía poder entrar descalzo... con lo que me mola a mí ir sin zapatos por la casa.
Me acuerdo que mi colega Mauro me contaba cómo sobre el hule de la mesa del comedor, por alguna extraña razón tenía siempre agua que no había manera de secar del todo y le goteaba haciéndose también un cenagal por las patas.
Lo más jevi: Un amigo de Chengdu me enseñó una foto de unos champiñones de medio palmo que le crecieron una vez en el quicio de la puerta de su lavabo. Allí se hubiera podido instalar una colonia de gnomos con todas las comodidades.
Echo de menos vivir en China, pero me alegro de haberme despedido un tiempo de aquellos empapes tan fastidosos, por no decir tan jodones.