GUANGZHOU, MI CASA

Fiesta de Birra China

China es un país con una cultura milenaria. Si te gusta viajar y hacer turismo, es un lugar ideal en el que sus monumentos y paisajes quedarán para siempre grabados en tu memoria. A mí me encanta ampliar mis horizontes culturales milenarios y conocer a fondo los patrimonios artísticos de cualquier sitio allá donde voy. Es por ello que el pasado fin de semana acudí al Festival de la Cerveza en Qingdao, provincia de Shandong, en la costa este de China.
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La propuesta me cayó de un equipo de adobes españoles residentes en Pekín, que ya el pasado marzo se desplazaron a Chengdu para acometer hazañas inverosímiles y de la que a su tiempo rendí cuentas en este weblog incluyendo fotos posteriormente.

Cuando era pequeño y fui por primera vez a un restaurante chino en España, me quedé alucinado observando la lata de cerveza tan rara y con todo escrito en chino que mi padre se bebía… tanto, que me llevé el bote a mi casa y lo tuve expuesto en una estantería durante años. No os creáis, menos mal que paré ahí la colección, porque si desde entonces me hubiera puesto a guardar cada lata o casco de cerveza que me he pimplao, sólo acumulando lo de estos tres últimos años, me haría falta el estadio de Mestalla para meterlos y yo creo que hasta se saldrían por arriba y caerían a la calle. El caso es que nunca me imaginé que algún día llegaría a visitar la ciudad donde se inventó la marca de la cerveza de la lata que yo tantos años guardé, y aquí estamos para contarlo.

Me encanta la cerveza y por la experiencia que me he currao durante años a base de paladar e hígado en multitud de puntos geográficos repartidos por toda la esfera planetaria, doy fe de que cerveza china está, en general, de puta madre. La explicación es porque los alemanes llegaron a Qingdao a principios del siglo XX y establecieron una destilería de birra. A los chinos les moló y empezaron a copiarles los alambiques y el método de fabricación. Resultado cojonudo. Aquí soy un hombre feliz y saciado de zumo de cebada.

El viernes 27 llegué a Qingdao el primero de la expedición para ir reconociendo el terreno. A la llegada de otros componentes del grupo procedente de Pekín, empezamos con muy buen pié… cenando en un restaurante japonés. Luego nos reunimos con unos amigos futbolistas sudamericanos que conozco porque uno antes jugaba en Chengdu, fichaos por el equipo de la ciudad china, que es una cosa que para empezar da mucho caché porque es como si en España eres amigo de Pablito Aimar. La zona del Festival ya está cerrada, por lo que decidimos ir de garitos. Como los futbolistas están de pretemporada, se zurran unos cubatas más grandes que los nuestros y a unas velocidades de correr la banda. Luego vamos a otro garito y vemos que hay mucho extranjero y que a nosotros nos va más lo autóctono, por lo que acabamos la noche en una disco que era exactamente la reproducción mandarina del Bananas español… con una pista de baile que con unos gatos hidráulicos la hacían bascular continuamente. Yo aguanto el alcohol sin vomitar como un campeón, pero aquello del suelo que se movía era demasiado, empecé a ponerme malo y tuve que salir de allí. Como hubo un poco de desbandada y descontrol en el grupo, opté por una retirada cobarde al hotel y sin decir nada a los demás.

Sábado 28 nos levantamos lógicamente tarde y vamos a comer un marisco sabrosísimo y a buen precio. Dos botellas de vino y unos 10 litros de cerveza entre 8 personas. Nos vamos al Festival. Paseos varios y caen más cervezas. Para poder aguantar la noche, nos retiramos a hacernos un masaje (decente) y vuelta otra vez a las carpas a cenar y a por más birras. Lo de la cena nos salio un poco por la culata porque la verdad es que hasta más tarde donde algunos (los más serenos) localizaron comida en condiciones, lo único que comimos fueros unos cubos de papel, llenos de despojos de pollo. KFC decía en aquellos envases. Nos retamos a visitar carpas como cabrones, desde la de Paulaner hasta la de Budweiser, pasando por las de nosecuantas de cervezas chinas, que las hay a patadas. Llevado por la exaltación y empujado por mi manager Don Ramón, me subí a cantar a un escenario un par de jotas y fui aclamado por una audiencia borracha perdida pero muy distinguida, en ese momento me sentí una estrella del rock como Bisbal o así. Antes de abandonar la zona del festival, nos dedicamos a equiparnos con objetos de típica buhonería ferial: especie de consoladores que hacen luces, llaveros y colgantes luminosos, gorros, globos, camisetos, pitos y hasta una hamaca que nos regalaron en Budweiser por buenos clientes y que por sus colores rojo y blanco, usábamos como enseña mientras berreábamos (decir “cantar” sería usar un eufemismo) el himno del Atlético de Madrid (ojo, y yo soy más del Valencia que el murciélago del escudo, pero era momento de buen rollo y cantos populares).

Nos fuimos al bar donde nuestros amigos los futbolistas organizaban una fiesta latina. Allí conocimos a un gallego que mira que me suelen caer bien los gallegos y lo que me gusta Galicia, pero este era un gilipollas sabelotodo y vacilón insoportable que ayudó a que desalojáramos el local tras sólo dos o tres botellas de güiski. También ayudó que alguien que llevaba colgada al cuello la hamaca iba arreándole palazos sin querer a todo el mundo y arramblando y cascando toda clase de vasos y botellas que estaban por la barra. Nos largamos de allí dejando huella.

La siguiente parada y por la hora que era, ya fue en la misma disco de la noche anterior. Se seguía moviendo la pista de baile y los vasos seguía estampándose. Me corté un dedo y perdí más sangre que un torero bien corneao, por lo que abandoné el local de ocio camino del hotel. A dormirla. Esto me fue bastante bien puesto cuando el grueso del grupo llegó más tarde, hubo un todavía inexplicable incidente con la seguridad del hotel en el que lo que menos se necesitaba, por mi estado, era mi interlocución en las negociaciones.

A la mañana siguiente acudimos a comer más marisco a un chiringo cerca de la playa, bastante cutre pero con una vista muy bonita y una comida de excelente calidad. Luego acudimos a una cafetería donde me tomé un café helado de cerveza (buenísimo) y después camino del aeropuerto cayó la penúltima birrita, puesto que la última de despedida fue en el bar del aeropuerto.

El lunes a mi vuelta y para descansar de tanta cerveza, fui invitado por la noche a ser jurado de un concurso de camareros malabaristas estilo la peli “Cocktail” de Tom Cruise. Tuve que catar y puntuar nada menos que 63 diferentes mezclados de alcohol. Ayer martes que fueron las finales, sólo tuve que probar 26. Pero esto ya lo contaré en otra crónica que esta me ha quedado un poco larga y bueno, la verdad es que ya estoy hasta los huevos de escribir.

Quiero recordaros que se pueden dejar comentarios sin necesidad de dar datos personales, que ya sé que sois un poco vergonzosos.

Saludotes.